Para hablar de intervenciones en el patrimonio, el primer paso es decidir cuáles son las edificaciones con valor histórico y/o arquitectónico sobre las que vamos a actuar y también identificar los elementos constructivos y ornamentales que las caracterizan, con el fin de tener claro qué es lo que se quiere proteger y conservar, y establecer, a continuación, unos criterios de intervención que aseguren esta conservación.

Esta entrada no pretende ser un trabajo exhaustivo ni puramente académico acerca de las características del patrimonio arquitectónico de Tenerife, ni de los lenguajes constructivos que se han sucedido en la isla con el paso de los siglos. Existen publicaciones de gran rigor y precisión que abordan ya estos temas, con la suficiente calidad como para que uno venga a competir con ellos.

Desde el insuperable trabajo –y mira que tiene años- de Fernando G. Martín Rodríguez (“Arquitectura doméstica de Tenerife”, 1978), pasando por varios de los tomos de la colección editada por el Gobierno de Canarias (“Historia Cultural del Arte en Canarias”) o los libros en gran formato del Centro de la Cultura Popular Canaria (como “La Gran Enciclopedia del Arte en Canarias”, 1998). También hay que destacar  publicaciones más específicas, como la monografía de Maisa Navarro (“Racionalismo en Canarias”, 1988), la obra de urgente reedición de Alberto Darias (“Arquitectura y arquitectos en las Canarias Occidentales, 1874-1931”, 1985) o el magnífico trabajo de Francisco Galante (“El ideal clásico en la arquitectura canaria”, 1989).

Existe un gran número de publicaciones que estudian de forma meticulosa la historia de nuestra arquitectura

 

Son sólo un botón de muestra. Contamos con un más que notable repertorio bibliográfico sobre la arquitectura histórica de la isla, riguroso y variado, en el que se puede encontrar toda la información.

Respecto a la arquitectura rural, la producción escrita es bastante menos generosa. Poquita cosa reseñable, con algunas excepciones, realmente excepcionales. Es el caso de los tomos nº 8 y 9 de la revista “Rincones del Atlántico”, con un monográfico dedicado a la isla de Tenerife en el primero de ellos, así como la inestimable contribución de la revista “El Pajar” en varios de sus números. Éstos y algunos otros artículos sueltos en publicaciones muy diversas completan el menguado panorama bibliográfico sobre nuestro patrimonio rural edificado.

El patrimonio rural edificado también ha sido estudiado, aunque de forma menos exhaustiva que el urbano

Con estos antecedentes, la intención en las próximas líneas es, únicamente, la de esbozar unos mínimos apuntes sobre las características básicas de nuestra arquitectura histórica, urbana y rural, sin más pretensiones que la de definir el objeto sobre el que vamos a discutir los criterios de restauración o rehabilitación.

El urbanismo histórico y la evolución de los núcleos de población

La incorporación de Tenerife a la Corona de Castilla desde finales del siglo XV provocó la desarticulación de la sociedad guanche, caracterizada por unos asentamientos poco concentrados, con un tipo de hábitat localizado en cuevas naturales (quizá también en cuevas artificiales excavadas), en cabañas y en construcciones de superficie de cierta precariedad. Al menos, es lo que se infiere de las investigaciones arqueológicas.

Los europeos introdujeron nuevos modelos de ocupación del territorio, apareciendo las primeras formas urbanas, que obedecen a condicionantes económicos y estratégicos. También se generalizó un tipo de asentamiento disperso en haciendas y modestas viviendas rurales, desperdigadas por las medianías y zonas bajas de la isla. La evolución de estos núcleos urbanos durante los cinco siglos siguientes estuvo condicionada por los fenómenos migratorios y las crisis económicas cíclicas que padece la isla, que se alternan con fases de expansión, espoleadas por el auge de los cultivos de exportación.

De esta manera se configuró una serie de conjuntos históricos caracterizados por su reducida extensión (salvo excepciones, como La Laguna o La Orotava) y por el marcado carácter rural que ha distinguido a la gran mayoría de ellos. Crecieron al amparo de las actividades agrícolas y ganaderas, sin que casi ninguno llegara a desarrollar con plenitud las funciones típicamente urbanas: la artesanía, el pequeño comercio o alguna función administrativa. Sólo los dos núcleos citados alcanzaron la condición de urbes, además de los enclaves portuarios de Santa Cruz (a partir del XVIII), Garachico o Puerto de la Cruz, e Icod de los Vinos, como cabecera de una rica comarca.

La Orotava e Icod de los Vinos (J.J. Williams, 1839)

 

Estos conjuntos, que vienen a coincidir con la mayoría de las actuales capitales municipales, así como algunos caseríos rurales, llegaron hasta los años centrales del siglo XX conservando toda su riqueza arquitectónica, sin desmadres volumétricos y con un predominio abrumador de los ejemplos de arquitectura tradicional. En Santa Cruz, La Laguna y La Orotava se superpusieron, además, los distintos lenguajes constructivos que se desarrollan en la isla desde el siglo XIX: Clasicismo Romántico, Eclecticismo, Modernismo, Racionalismo y Regionalismo.

Plano de Santa Cruz (Tiburcio Rossel y Lugo, 1701) e imagen de La Laguna (Ernest Goupil, hacia 1839)

 

La fotografía antigua no genera dudas sobre el encanto, la armonía y la calidad histórica de todos estos núcleos, que, si hubieran podido ser conservados sin alteraciones, hoy serían focos de atracción y de admiración indudable para paisanos y visitantes. Auténticas joyas patrimoniales sin nada que envidiar a otros conjuntos sobresalientes de la Península o de Europa.

Imágenes insólitas de Santa Cruz: Calle San José (arriba y abajo drcha.) y Calle Villalba Hervás (abajo izda.) (fotos de Fernando Caballero Guimerá y Miguel Bravo)

Pero no pudo ser. El desmadre especulativo a partir de la década de los 70, derivado del crecimiento demográfico de la isla y de los procesos de desplazamiento masivo de la población a los núcleos urbanos, junto a una idea de la modernidad basada en los nuevos edificios de gran altura y en la erradicación progresiva de todo lo que oliera a rancia antigüedad (como era concebida entonces la arquitectura anterior a los 50), provocó la aniquilación sistemática de nuestros centros históricos.

Masacre del patrimonio en Santa Cruz (fotos de Fernando Caballero Guimerá y de J.S. Gil)

 

Y prosigue en La Laguna: destrucción del Casino y del Círculo Mercantil (fuente: Adrián Alemán, » Con el patrimonio a cuestas»,1999)

La fotografía antigua no genera dudas sobre el encanto, la armonía y la calidad histórica de todos estos núcleos, que, si hubieran podido ser conservados sin alteraciones, hoy serían focos de atracción y de admiración indudable para paisanos y visitantes. Auténticas joyas patrimoniales sin nada que envidiar a otros conjuntos sobresalientes de la Península o de Europa

Un panorama desolador, si somos tan masocas de comparar esas fotos antiguas con el presente y pensamos en lo que pudimos haber llegado a ser.

Puerto de la Cruz, antes (colección R. Llanos) y después

Alguien comentó en una ocasión que el de Tenerife era de esos pocos casos en los que el patrimonio desapareció sin haber sufrido una guerra, pero con los mismos efectos devastadores. Desde luego, la Luftwaffe no lo hubiera hecho mejor, con el pequeño detalle de que, aún hoy, entidades como el CICOP, supuestamente conservadoras del patrimonio, se comportan como un auténtico Enola Gay respecto a algunos de los edificios que nos van quedando.

Los lenguajes arquitectónicos en Tenerife a lo largo de la historia

Tal y como se ha señalado, la tradición arquitectónica en la isla ha venido marcada por una forma de construir que aparece desde el primer momento de la conquista. Las dificultades iniciales de los nuevos asentamientos, en los que eran aún escasos los artesanos y trabajadores especializados en la construcción (canteros, maestros albañiles, carpinteros…), condujo a un tipo de edificación de gran sencillez, con muros de tapial, de piedra seca o de mampostería de barro, y cubiertas de paja entrelazada, que conformaron un tipo de hábitat bastante precario, presente tanto en zonas rurales, como en los incipientes núcleos urbanos.

Hoy en día apenas quedan ejemplos y los que se conservan, sobre todo en Anaga y en el Valle de La Orotava, son resultado de un trabajo continuo de reedificación o de fábrica más o menos reciente (quizá de los últimos 100 o 150 años), debido a una tradición constructiva que nunca llegó a desaparecer en algunas zonas rurales.

Casas pajizas de Cabo Verde. Posiblemente, las primeras edificaciones de los núcleos urbanos de Tenerife tuvieran un morfología muy similar a éstas

Junto a esta tipología de gran sencillez y sumado a la pervivencia del hábitat en cuevas, comienza a generalizarse lo que será el prototipo de vivienda tradicional, caracterizada por muros de mampostería (piedra, barro, arena y cal) y cubierta de tejas. Esta “manera canaria” de construir cobrará un arraigo inusitado en el Archipiélago y perdurará durante más de cuatro siglos y pico –hasta mediados del XX, y aún más en algunos lugares-, erigiéndose como el estilo constructivo más generalizado en la isla (hay a quien no le gusta demasiado que se hable de “estilo canario”, pero sirve para entendernos).

Esta arquitectura tradicional ha sido definida como una variante de la arquitectura mudéjar de origen ibérico, supeditada a los condicionantes impuestos por el territorio insular y a la capacidad de éste para proporcionar los materiales constructivos. Sus influencias son múltiples y variadas, a veces difíciles de rastrear. Destaca la repercusión de los artífices de origen portugués, pero sin obviar el papel de Andalucía y Castilla en el aporte de técnicas y elementos de fábrica.

Es, además, una arquitectura tremendamente conservadora: generación tras generación se siguió construyendo con los mismos materiales, de la misma forma y manteniendo una misma tipología, dentro de las variaciones que se reconocen en los diferentes inmuebles. Esta variabilidad es más acusada en el medio rural donde la disponibilidad de espacio favorecía una mayor libertad en cuanto a las dimensiones y a los procesos de ampliación mediante la adición de nuevos módulos, según las necesidades familiares.

Esquema de edificación tradicional (fuente: «Geografía de Canarias» t. 2, 1985)

Como rasgo esencial, el uso de muros de carga de mampuesto y de bloques esquineros de piedra para la trabazón de los muros. También lo es la profusión de las carpinterías de madera, que se observan en techumbres, puertas, ventanas, balcones, galerías interiores, forjados o “solladíos” en planta alta, así como en los artesonados o alfarjes que conforman las cubiertas. Éstas se rematan siempre con teja árabe, si bien, desde finales del siglo XVIII se introducirá progresivamente la cubierta plana o de azotea, en especial en zonas de menor pluviosidad; añadiéndose, además, a partir del siglo XIX el recurso a la teja plana o francesa.

En zonas rurales la edificación aparece aislada o formando caseríos con mayor o menor grado de agrupamiento. Son construcciones absolutamente funcionales y ajenas a lo superfluo, que, a diferencia del mundo urbano, no incorporan elementos cultos. No hay ornamentos, no hay adornos, la sencillez y la sobriedad son sus señas de identidad. Propone soluciones poco costosas y elementales, centradas en la durabilidad y la seguridad.

Vivienda rural tradicional (Taucho, Adeje)

Es, además, una arquitectura tremendamente conservadora: generación tras generación se siguió construyendo con los mismos materiales, de la misma forma y manteniendo una misma tipología, dentro de las variaciones que se reconocen en los diferentes inmuebles

En el escalón más bajo en cuanto a complejidad, la casa terrera, de planta rectangular y cubierta de tejas, a dos o a cuatro aguas. Esta unidad básica se complica a partir de añadidos, que van ampliando la superficie de la edificación. Primero se incorpora un pequeño cuerpo, generalmente destinado a cocina, para configurar una planta en “L”; y, posteriormente, se irán adosando módulos constructivos que dan lugar a plantas complejas, destinadas a acoger a las nuevas familias de los hijos o a los usos propios del campo: cuartos de aperos, lagares, gañanías, corrales, bodegas, graneros…

Casa terrera (Sobre la Fuente, Granadilla de Abona) y reproducción de casa terrera en «L» (fuente: «Geografía de Canarias», t. 2, 1985)

En los núcleos urbanos, las limitaciones de espacio (el hecho de encontrarse entre medianeras), la uniformidad de la superficie de los solares y las ordenanzas municipales sobre la edificación, que se dictan desde fecha temprana, hacen que la tipología de las viviendas ofrezca pocas variaciones. Se construyen con los mismos materiales y técnicas que las casas rurales, organizándose alrededor de un patio central, lateral o trasero (este último, a modo de huerta o traspatio), que proporcionaba luz y ventilación, a la vez que garantizaba la privacidad de la vida familiar y la conexión entre las distintas dependencias.

La ausencia de elementos ornamentales es también la nota común de la mayoría de las viviendas urbanas y sólo en los edificios singulares –iglesias, conventos- o en las moradas de los grupos más poderosos se introducen en las fachadas elementos cultos de inspiración renacentista, manierista y barroca. La intención es la de marcar las distancias respecto al resto de la población, mayoritariamente pobre y analfabeta.

La riqueza ornamental de las fachadas de las casonas nobiliarias (Casa Salazar, La Laguna) contrasta con la sobriedad de las viviendas más modestas.

Esta arquitectura tradicional conoce una transformación importante a partir de mediados del siglo XVIII, cuando la influencia de la Ilustración propicia, entre otras cosas, una serie de cambios sustanciales en la concepción de las ciudades y en el tratamiento de las fachadas, entendidas como la parte pública de la vivienda privada.

Se vuelve al clasicismo y surgen conceptos urbanos como el de orden, racionalidad, decoro, ornato y embellecimiento, que determinan la manera de intervenir en la ciudad. Las fachadas se modifican, de modo que los huecos se disponen de forma simétrica, buscando una visión más ordenada y racional de la parte visible de los edificios. En algunos casos, los aleros de tejas comienzan a ocultarse detrás de parapetos de fábrica, que se acabarán convirtiendo en la forma habitual de rematar las fachadas, ocultando un recurso constructivo –la cubierta de tejas- que se identificaba con el atraso y la ignorancia propia de las clases populares y de su vivienda característica, como antítesis de los patrones constructivos de inspiración ilustrada.

La influencia de la Ilustración propició el paso de fachadas con huecos dispuestos irregularmente, que atendían a las necesidades funcionales de la vivienda (izqda), a fachadas con una estricta composición simétrica de puertas y ventanas, buscando el orden y la regularidad del canon clasicista (centro), y llegando a ocultar los aleros de tejas mediante un parapeto ciego (drcha)

 

Es la misma arquitectura tradicional, que está presente desde el XVI, con la misma organización interna y con los mismos materiales constructivos, pero con una nueva forma de interpretar las fachadas. De hecho, la mayor parte de los ejemplos de esa arquitectura que hoy se conservan en nuestras ciudades se corresponde con ese momento de cambio de finales del XVIII.

Los nuevos lenguajes arquitectónicos del XIX y el XX

El ascenso de la burguesía al poder a partir del siglo XIX llevó aparejado una transformación profunda en todos los órdenes de la sociedad y la cultura, que también afectó al urbanismo y a la arquitectura. Se impone a partir de ahora la renovación de la ciudad antigua, abriendo nuevas vías –con un trazado más racional- y dignificando los espacios urbanos mediante grupos escultóricos, fuentes, plazas y jardines. La racionalidad y el embellecimiento de las urbes priman sobre cualquier otra consideración.

Cobra pujanza la arquitectura pública y de servicios, apareciendo edificios con usos específicos, como los teatros, mercados, ayuntamientos, centros de recreo o los hospitales.

En Tenerife, esta renovación urbana y arquitectónica se concentrará, casi exclusivamente, en Santa Cruz, debido a su ascenso como capital insular, a su extraordinario crecimiento demográfico, a su vitalidad económica y a la pugna hegemónica con Las Palmas. No obstante, en los restantes núcleos de la isla se aprecian ejemplos de las nuevas corrientes estilísticas.

Dejando a un lado aquellos edificios de carácter público que los asumen plenamente, los nuevos lenguajes también se extienden a la arquitectura doméstica, pero sólo se manifiestan en las fachadas. El interior de la vivienda durante el XIX y parte del XX sigue respondiendo al esquema tradicional de organización en torno a un patio, con una galería perimetral que conecta las dependencias. De nuevo, es en el exterior, hacia la vía pública, donde se producen las transformaciones. Las viejas fachadas del XVII y el XVIII se demuelen para dar paso a nuevos telones, en los que la diferencia viene establecida por los elementos ornamentales con los que se recargan.

El primero de estos estilos es el Clasicismo Romántico, que surge como ruptura frente a la rigidez del clasicismo dieciochesco, más puro y de poco éxito, que sólo se concretó en algunos edificios públicos. Su principal novedad radica en la desaparición de las cubiertas de tejas para dar paso a las azoteas, protegidas por parapetos macizos, que se delimitan mediante cornisas pétreas de cierta robustez. En estas azoteas proliferan –en especial en Santa Cruz- unidades constructivas, a modo de cuartos o miradores, con escaleras de madera exterior en muchos casos, que constituyen otro rasgo característico de los nuevos edificios.

En el siglo XIX se observan en Santa Cruz numerosos miradores y cuerpos en las azoteas, que le confieren un carácter muy especial a la ciudad (fuente: página de fcbk «Fotos antiguas de Tenerife») (si alguien me apunta quién la subió, se indicará sin mayor problema)

El segundo cambio importante se produce en los huecos, que se estrechan y ganan desarrollo vertical, remplazándose las guillotinas y cuarterones de las ventanas de planta alta por puertas-ventanas de doble hoja, acristaladas y con tapaluces interiores de madera. Son frecuentes los recercados de piedra en puertas y ventanas, y aparecen los primeros antepechos o balconcillos de rejería.

El promotor de este nuevo estilo fue Manuel de Oraá, el primer arquitecto titulado que llega a Canarias, y tendrá bastante éxito en las principales urbes de la isla.

Edificios del Clasicismo Romántico: la Casa Pallés y la Casa Calleja, ambos en Santa Cruz, ambos de Manuel de Oraá

A partir del último cuarto de siglo, el agotamiento de lo clásico hizo buscar nuevas fórmulas, que en la gran mayoría de los casos vuelven a concentrarse en las fachadas. En el exterior, las viviendas se enriquecen con una gran variedad de elementos decorativos de las más diversas procedencias: pilastras clásicas que recorren todo el edificio, molduras que enmarcan el tercio superior de los huecos, frontones de todo tipo parapetos con balaustres y pináculos, pebeteros o copones, balcones de rejería de perfil bulboso, y remates de gran riqueza expresiva.  Hacia principios del XX comienza a difundirse el uso del hormigón en la arquitectura doméstica. Los forjados y los elementos portantes en este nuevo material permitirán construir estancias interiores más amplias y, sobre todo, facilitarán la adopción de una mayor variedad de plantas, que poco a poco se irán liberando de la encorsetada distribución en torno al patio central.

Surgen dos corrientes. La primera selecciona los elementos ornamentales más significativos de diferentes lenguajes de épocas anteriores y los conjuga en una misma fachada. Es lo que se llamó Eclecticismo y tuvo bastante éxito en la isla, perdurando hasta las primeras décadas del pasado siglo. Entre sus diversos artífices podemos citar a Manuel de Cámara, Antonio Pintor y Domingo Pisaca.

Ejemplos de eclecticismo: la Casa Torres Socas y la Casa Pérez Soto, ambas de Antonio Pintor, en Santa Cruz. La segunda a punto de sólo poder ser disfrutada a través de fotos

 

Los edificios eclécticos conforman hoy en día buena parte del patrimonio arquitectónico de Santa Cruz, con una fuerte presencia también en La Laguna y La Orotava. Y esto es así porque las élites burguesas vieron en este estilo el recurso idóneo para mostrar su capacidad económica y su relevancia social, acreditadas por esas fachadas ostentosas y ricas en decoración. La situación extrema se vive a partir de los primeros años del XX, cuando las soluciones modernistas se suman a las anteriores y las fachadas se colmatan de ornamentación vegetal y figurativa, generando edificios muy vistosos y originales, pero con unos interiores que, salvo casos muy excepcionales, no se corresponden con la exuberancia exterior.

Ejemplos de edificios modernistas: Casa Gutiérrez, de Antonio Pintor (izqda), y Casa Quintero, de Mariano Estanga, ambas en Santa Cruz (fuente: Alberto Darias, «Ciudad, arquitectura y memoria histórica», 2004)

 

La segunda corriente es el Historicismo, que no tuvo tanta acogida como la anterior. Buscaba construir edificios siguiendo los patrones de lenguajes de un pasado más o menos lejano, pero con una alta carga de invención y combinándolos con soluciones de la arquitectura tradicional, motivo por el que se habla también de Eclecticismo Historicista. No es una auténtica reproducción arqueológica, sino que el artífice, en la mayoría de los casos, da rienda suelta a su imaginación a la hora de interpretar el lenguaje que utiliza.

El máximo representante de esta corriente en Tenerife es Mariano Estanga y, en menor medida, Antonio Pintor; siendo la arquitectura gótica -el Neogótico- y la árabe –el Neomudéjar- sus fuentes de inspiración principales.

Ejemplos de Historicismo: la Casa Cobiella (Neomudéjar) y la Casa Salazar (Neogótico), ambas de Mariano Estanga. La primera en Santa Cruz y la segunda en La Orotava

Los edificios eclécticos conforman hoy en día buena parte del patrimonio arquitectónico de Santa Cruz, con una fuerte presencia también en La Laguna y La Orotava. Y esto es así porque las élites burguesas vieron en este estilo el recurso idóneo para mostrar su capacidad económica y su relevancia social, acreditadas por esas fachadas ostentosas y ricas en decoración

En los barrios populares también aparecen representados los nuevos estilos, en especial, el Eclecticismo, sólo que con un mayor grado de sencillez. Las menores disponibilidades económicas y el menor tamaño de las edificaciones (casas terreras en su gran mayoría) hicieron que las promociones de viviendas obreras (como se conocían), diseñadas por los mismos arquitectos, presenten elementos similares: ventanas acristaladas de doble batiente (dos, normalmente, y una puerta), antepechos de rejería, parapeto de coronación de la fachada, macizo o con balaustres, y molduras y algunos ornamentos florales o geométricos sobre los huecos. Aunque más modestos y con menos recarga, son los mismos recursos decorativos que se observan en los edificios de mayores dimensiones, aunque con una mayor simplicidad.

Casas terreras de inspiración clasicista (arriba) y con ropaje ecléctico (abajo)

La ruptura en el siglo XX: Racionalismo y Regionalismo

Esta exaltación del fachadismo, característica de la arquitectura de las islas, alcanza su punto de inflexión a finales de los años 20 del pasado siglo, aunque el Eclecticismo no desaparece, sino que pasa a convivir con formas nuevas de expresión. Se introduce un nuevo lenguaje arquitectónico, novedoso, provocador y no demasiado bien entendido por la mayoría de la gente (y, en la actualidad, menos aún): el Racionalismo o Estilo Internacional, como antítesis de todos los anteriores.

Ahora los exteriores desnudos se oponen a la ornamentación desmedida, la composición en fachada es ya reflejo de la organización interior del edificio, el patio central que proporcionaba luz y ventilación es reemplazado por grandes ventanales o claraboyas. Los nuevos materiales de construcción, que ya se generalizan, permiten cubrir grandes superficies, generando espacios interiores diáfanos. Se subliman los volúmenes puros y nace una arquitectura, si se quiere, más auténtica, cuya belleza proviene de la proporción, el orden y el equilibrio.

Edificios racionalistas de Santa Cruz: la Casa Pérez Alcalde o de Estadística (arriba) y el Edificio Arroyo (abajo), ambas del arquitecto José Blasco Robles

Fue Tenerife uno de los pocos lugares del país donde esta renovación arquitectónica cuajó con fuerza, llegando hasta los 50, con varios arquitectos destacados: José Blasco, Marrero Regalado, Domingo Pisaca o Miguel Martín Fernández de la Torre. De hecho y pese a que muchos de sus ejemplos no son muy valorados –ni siquiera por los supuestos entendidos-, Santa Cruz cuenta con uno de los repertorios más extraordinarios de edificios racionalistas, cuestión irrelevante para algunos ediles, que los fulminan sin contemplaciones pese a estar avisados.

El otro estilo, radicalmente diferente, es el Regionalismo o Neocanario. En contra de la creencia muy extendida, no nace con el franquismo. En realidad, fue una variante del Historicismo, que buscaba recuperar los elementos característicos de la arquitectura tradicional. Sus pioneros, en los años 20, fueron Eladio Laredo y Pelayo López, aunque la eclosión sí que se produce a partir de la dictadura franquista. De la mano de Marrero Regalado, sobre todo, se recuperan las techumbres mudéjares, los balcones, las pérgolas, las celosías, las ventanas de guillotina, las portadas de piedra y toda una suerte de recursos propios de la arquitectura tradicional, aunque también importados de la arquitectura colonial de Hispanoamérica o, directamente, inventados.

Edificio en lenguaje neocanario (Rambla 25 de Julio, Santa Cruz), diseñado por Marrero Regalado

Santa Cruz cuenta con uno de los repertorios más extraordinarios de edificios racionalistas, cuestión irrelevante para algunos ediles, que los fulminan sin contemplaciones pese a estar avisados

Desde 1940 se fomentó, por un lado, un lenguaje monumental, con profusión de la piedra y la grandiosidad clásica como arma ideológica de refuerzo del régimen. Por otro, el reconocimiento de las singularidades de cada región española, como prueba de la diversidad de una nación fuerte y unida bajo Franco. Ideología en estado puro… y también historia… reciente… trágica… rechazable, pero que nos deja ejemplos edificatorios muy interesantes por ese trasfondo.

Ejemplos de la arquitectura monumental del franquismo: Edificio de Correos y Telégrafos de Santa Cruz, de Luis Lozano

En los 50-60 la arquitectura canaria entra en una nueva etapa. Desde la estricta cronología pudiera empezar a considerarse como histórica. De hecho lo es, aunque aquí la excelencia arquitectónica es el valor determinante para reconocer el interés de un edificio, más que su papel histórico y cultural, para el que seguramente será necesario el paso del tiempo.

Y éste es nuestro patrimonio arquitectónico. El testimonio material inmueble -junto con los paisajes transformados por el hombre- de unas gentes, nuestros predecesores, que forjaron un legado histórico, con sus logros, con sus injusticias y sufrimientos; y con sus gestas, la más importante de las cuales ha sido la capacidad de sobrevivir en un territorio no siempre amable.